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La importancia de las emociones en la salud

Josune Martín. Dra. en Psicología de IMQ Amsa

 

 

Una vez, un leñador se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno, así que se propuso hacer un buen papel. Se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El primer día cortó 18 árboles. “Te felicito”, le dijo el capataz, “sigue así”. Animado, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que, esa noche se acostó temprano. A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie, pero a pesar de todo su empeño, solamente cortó 15 árboles. “Debo estar cansado”, pensó. Y decidió acostarse pronto. Al amanecer, quiso batir su marca de 18 árboles, pero ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le pasaba y a jurarle que se esforzaba hasta casi desfallecer. El capataz le preguntó: “¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?”. “¿Afilar?, no he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles”.

Como sucede en este cuento de Jorge Bucay, a veces nos embarcamos en una actividad incesante que nos conduce a mucho cansancio y estrés. En algunas ocasiones sí llegamos a ser conscientes de este estrés pero al no saber cómo tratarlo, decidimos “ir tirando”, aunque, paradójicamente, la solución esté en empezar a parar, en “afilar las hachas”, justo lo contrario de “ir tirando”.

Nuestro trabajo se desarrolla en un entorno emocional; y esto no es porque desde la psicología trabajemos con personas con dolor o sufrimiento, sino porque siempre que haya personas, necesariamente habrá emociones. Las emociones nos acompañan a diario: alegría, ira, amor, tristeza. A lo largo de la vida aprendemos a manejarnos con nuestro mundo emocional… o no.

Y hemos de tener en cuenta que nuestras emociones influyen en nuestros pensamientos, y también nuestros pensamientos influyen en nuestras emociones; nos proporcionan un poderoso motor para actuar. Y a pesar de su importancia, para algunas personas, las emociones –las propias y las de los demás- son unas grandes desconocidas, con la contradicción de que no podemos ignorarlas. Y, sin embargo, las emociones están cumpliendo una función; así pues, no se trata de eliminar aquéllas que nos resultan desagradables, sino de ser conscientes de ellas.

Hemos aprendido cómo de importante es cuidar nuestro cuerpo y así hay campañas para promover hábitos de vida saludables como mantener una alimentación saludable y realizar ejercicio físico de forma moderada y regular. Ahora es necesario cuidar nuestras emociones.

Es importante poder ser conscientes de lo que sentimos, una buena práctica es Mindfulness, aunque lo interesante es que cada uno de nosotros encontremos la mejor forma para hacerlo.

También hay que tener en cuenta que desde la parte más conductual, podemos encontrar el equilibrio emocional y de ahí la importancia de poder gestionar bien nuestro tiempo para poder establecer así mejor las prioridades, haciendo una valoración consciente de las mismas. El funcionar desde la “consciencia plena”, manteniendo la atención en lo que ocurre aquí y ahora, y no desde el “piloto automático” supone una actitud vital que nos puede ayudar a no dejarnos arrastrar por las emociones; una actitud que nos ayude, en nuestros puestos de trabajo y en nuestra vida en general, a responder –de forma consciente-, más que a reaccionar – de forma automática-.

Volviendo al cuento del principio, para encontrar ese equilibrio entre el esfuerzo y el tiempo de recuperación, necesitamos establecer prioridades. Sería maravilloso poder llegar a todo lo que nos proponemos y nos gustaría, pero esta opción no es real. Necesitamos descansar, cambiar de ocupación, hacer otras cosas. Hay múltiples opciones y cada uno encuentra las suyas propias, aunque sí podemos destacar algo en común en ellas: que nos hagan sentir muy bien, que nos alivien, que nos aflojen las tensiones. Cuando se habla de estrés, con frecuencia se piensa en situaciones dramáticas o grandes problemas; sin embargo, nuestra experiencia nos demuestra que son los pequeños contratiempos y frustraciones diarias los que más disparan el estrés en nuestra vida cotidiana. Es cierto que son muchas las tensiones que nos vienen de fuera y que no podemos prevenir como nos gustaría, pero hay otras muchas que nos creamos nosotros mismos porque estamos actuando desde el ideal de cómo “deberíamos ser”, en lugar de tener en cuenta nuestros límites y aceptarnos tal y como somos.

Para terminar, propongo a las lectoras y lectores el siguiente ejercicio: con un boli, divide un folio en dos partes. En una escribe qué cosas haces en tu vida cotidiana por deber y en la otra, cuáles por placer. Ahora observa cuántos “tengo que”, has escrito, frente a cuántos “me apetece” o “disfruto”. ¿Sale la balanza equilibrada?